En definitiva, si trabajamos para vivir, quizá no tengamos nuestra cuenta bancaria a rebozar, pero podremos ver crecer a nuestros hijos, tomarnos un tiempo para disfrutar del aire libre o de alguna afición, dedicar unos minutos a leer el libro que nos apasiona, compartir momentos que no volverán con los que queremos, y unas cuantas cosas más.
Si decidimos vivir para trabajar, quizá tengamos una solvencia económica indiscutible, pero deberemos evaluar por nuestra propia cuenta, si no estamos renunciando a demasiadas cosas que posiblemente, en un determinado momento, necesitemos recuperar, y sea tarde.