Como decíamos, esa primera entrega de Resident Evil sentó las bases de un género que, en sus inicios, primaba el terror sobre la acción pura y dura, ofreciendo al usuario una experiencia diferente a lo visto hasta la fecha y marcando el camino que posteriormente desarrollarían sus secuelas o títulos como Silent Hill, que acentuó más si cabe la sensación de angustia y la resolución de intrincadísimos puzles dejando la acción en algo poco más que residual, Project Zero, F.E.A.R., o el más reciente Alan Wake.
Pero poco a poco el espíritu se perdió. Las últimas entregas de Resident Evil poco tienen que ver con la esencia original de la saga. Más allá de la presencia de los zombis (e incluso sin ellos, optando por seres infectados alejados del concepto original del muerto viviente), a partir del cuarto capítulo la deriva hacia la acción en tercera persona ha sido descomunal, provocando críticas de todos aquellos que esperaban seguir disfrutando de los sustos clásicos y los ambientes opresivos.