Llamé a Jesús y quedé con él. A parte de que quería comprobar si mi tesis era cierta, sabía que necesitaba a alguien con quien desahogarse y que le dijera que lo que había hecho no era tan malo. Jesús me contó que realmente él nunca había tenido ganas de acostarse con ninguna de las chicas con las que hablaba. Que él quería a Carla, que era el amor de su vida, y que en la cama siempre les había ido bien. Pero que, a la vez, aquellas conversaciones picantes le daban sabor a su vida, las necesitaba.
Mi primo necesitaba sentirse deseado sexualmente por otras mujeres. Supongo que es lícito en alguien que solamente ha tenido sexo con una persona, que nunca ha sabido lo que es ligar en un bar de copas o coquetear con su compañera de trabajo. Por mucho que digan mis padres, su vida perfecta no me da ninguna envidia.