Tinder es al público heterosexual lo que Grindr al homosexual: un radar de solteros que localiza a aquellos que más cerca tienes. Sólo hace falta que te conectes con tu cuenta de Facebook y enciendas el GPS (tranquilo, nada de lo que hagas aparecerá en tu muro). Rápidamente, la aplicación empezará a sugerirte candidatas que se encuentren entre el rango de kilómetros y de edad que hayas indicado. Ahí empieza el juego.
«Tinder mola» porque consiste en darle al «me gusta» o al «no me gusta». Mola porque la chica en cuestión solo se enterará de que le has dado al like si ella también ha hecho lo mismo, cosa que te da alas para intentarlo con pibones sin temor a ser rechazado (o, por lo menos, no saberlo). Mola porque, si se produce el flechazo, se os da la opción de que empecéis una conversación con un chat de lo más informal. Y, por último, mola muchísimo porque os dice si tenéis algún amigo en común y si en su día os hicisteis fans de la misma página de Facebook (véase grupos bizarros como «Señoras que se golpean las tetas al abanicarse» o «Yo también he huido de una bolsa pensando que era una medusa»).