De eso va precisamente esta curiosa serie ambientada a principios de los 80 en la ciudad de Washington. El argumento gira en torno a una pareja aparentemente común, con su casita adosada con jardín, dos preciosos hijos y un boyante negocio de turismo.
Hasta aquí todo normal, pero resulta que esta pareja fue traída años atrás de su Rusia natal para ejercer como espías infiltrados en la realidad norteamericana. Para ello debían casarse, y sin apenas conocerse, formar una familia típica y tópica desde la que podrían ejercer sus turbios trabajos para la madre Rusia con sigilo y frialdad.
Si a todo esto le añades que su vecino de enfrente y amigo es un importante detective del FBI que se encarga precisamente de perseguir a unos misteriosos espías soviéticos ya tenemos la ecuación perfecta para una jugosa e interminable secuencia de situaciones surrealistas.
Y es que esta serie, por su enrevesado argumento, obviamente da rienda suelta a la creatividad de los guionistas a la hora de plantear escenarios de lo más rocambolescos. Juegan con el extremo bipolarismo que se deriva de la situación de sus protagonistas, que siguen luchando por un régimen ya en las últimas pero plenamente integrados en una realidad norteamericana, que la verdad, comparada con lo que vivieron en Rusia natal, no está nada mal.
