Desde la psicología, las distorsiones creadas a partir de la asociación implícita se conocen como sesgos, porque se establece como verdad un principio que carece de demostración, tomando la particularidad como generalidad y faltando a un principio estadístico que no responde a la moda. La definición psicológica del problema es útil, pero insuficiente. Desde el campo de la filosofía política, es posible hacer una caracterización más aguda del funcionamiento de los sesgos, su reproducción en la sociedad y su objetivo final.
Se trata del peso de un discurso que premia a la norma y carga contra lo anómalo, todo lo que escapa del espectro de normalización aparece como indeseable, deformado e indigno de su realización. Esto es especialmente útil frente a las minorías, los discursos contestatarios y todo lo que pretende causar disonancia con la regla, entendida como el modo de vida actual y las máximas que la rigen: el sistema capitalista de producción, las leyes y valores del ideario liberal, una visión positivista de la ciencia e historia y un profundo machismo.