Muchos hombres no entienden por qué un área en apariencia minúscula debería esconder tantos misterios sobre el placer de las mujeres. El primer síntoma de ignorancia se halla, precisamente, en creer que el clítoris es solo esa reducida fachada. El órgano es un auténtico iceberg y lo que desde fuera se consigue vislumbrar es la pequeña punta, en concreto lo que se conoce como el glande del clítoris.
Paradójicamente, el tamaño de esta limitada zona es, además, lo que le dota de su particular poder. Las terminaciones nerviosas se encuentran muy concentradas en la cabeza, la menor caricia se nota y la estimulación, por tanto, resulta más efectiva a través de variaciones muy sutiles, en comparación con otras soluciones como aumentar la presión.
Una vez aprendida esta importante lección, toca pasar al trabajo de campo. Asumimos que ya sabes situar dónde se encuentra el clítoris, eso queda de tu mano. Nosotros te explicamos ahora cómo transitar el camino que lleva desde este diminuto pulsador hasta un orgasmo inconmensurable. Considerando, como decimos, que la presión no es la estrategia más eficiente, una técnica demasiado ruda puede acabar provocando más dolor que deleite y tentar el clítoris de manera directa puede no ser la mejor opción.
Placer indirecto
Por fortuna, el órgano se encuentra rodeado de diferentes capas que permiten que el contacto sea más sutil. La primera de esas cubiertas que debes tener en consideración es el capuchón del clítoris. Al igual que el prepucio en los miembros varoniles no circuncidados, su función es la de proteger el órgano y mantenerlo húmedo. Actuar sobre él genera el mismo efecto que el roce de la piel sobre el glande durante la masturbación masculina. Frotar el capuchón alrededor del clítoris activa las 8.000 terminaciones nerviosas que lo conforman, evitando las sensaciones punzantes que pueden aparecer si se roza sin mediación.