Crónicas de Larsson en el transiberiano Moscú-Pekín (II)

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Según cuenta Larsson, esta parada sirvió para comprar algunos víveres, tales como algunas raciones de comida rápida, cigarrillos y tarjetas postales. El tren partió de repente sin previo aviso, lo que hizo que algunos de sus ocupantes quedasen colgados de las barandillas exteriores antes de entrar al vagón al que ya empezaron a querer.

En la pequeña población de Petrovski Zavod, a 3.620 millas de Moscú, los viajeros del transiberiano pudieron probar la hospitalidad de los locales, que hasta se congregan en la estación para constatar el perfil de los visitantes. Una estatua local del irrepetible Lenin no acarrea demasiados inconvenientes, pero debe ser respetada sin fisuras por todos los que visiten la localidad.

Mientras tanto, entre estación y estación, en el interior de los vagones no sólo se compartía vodka y cigarrillos, sino también té y café, siempre servidos por Vladimir, el robusto mayordomo ruso que controlaba todo lo relacionado con el pasaje. Aunque de gesto adusto, su buen nivel de inglés y su pulido desempeño con los pasajeros hizo que hicieran buenas migas, aunque al finalizar el viaje, Larsson tuvo algunas dificultades para que Vladimir acepte unos cuantos chocolates finlandeses y unos paquetes de Marlboro.

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