Tras muchos vómitos nerviosos y dudas existenciales, Richard se decide por la opción más arriesgada y a la vez más estimulante. Montará su propia empresa en la casa en la que vive, una especie de incubadora de talentos dirigida por un personaje que parece salido de American Pie y que también obtuvo su pequeño trocito del pastel de la burbuja tecnológica años atrás con una idea que le compraron y de la que se jacta hasta la extenuación y el hilarismo.
Junto a dos compañeros con un perfil freak prototípico, un canadiense satánico y burlón y un indio con terribles problemas de autoestima, formarán una de las empresas más patéticas que se recuerdan. Complementando tamaña acumulación de talento absurdo, un pusilánime ejecutivo, Donald «Jared» Dunn, intentará aportar el orden y una visión económicamente viable al engendro. Como se pueden imaginar lo tendrá complicado.
La guinda de cordura y ternura la pone Monica, la asistenta de Peter Gregory, una bonita y competente empleada que ayudará a Richard en su duro camino para tirar adelante tan complicada empresa.