De mi época universitaria guardo grandes recuerdos, los mejores en cuanto a hombres y fiestas. Dicen que son los años más divertidos de tu vida y desde luego en mi caso lo fueron.
Me acuerdo de grandes charlas sobre sexo con gente casi desconocida y de las increíbles revelaciones que salían a la luz durante las típicas partidas de ese juego demoníaco llamado «Yo nunca».
Mis amigos tenían otro pasatiempo que también nos dio momentos épicos: el «¿Qué prefieres?». No tenía más misterio que responder a las siempre-puñeteras preguntas de tus colegas, en las que te hacían escoger entre dos cosas que te encantaban.
Obviamente, el sexo siempre estaba presente y el juego subía de temperatura a medida que empezaban a vaciarse las botellas de alcohol.
Una de las preguntas que siempre me caía, sabedores mis amigos de mi pasión por la comida, era la de si prefería el sexo o el chocolate. Mi respuesta solo cambiaba si llevaba bastantes semanas sumida en una profunda sequía sexual, si no, siempre ganaba el segundo.