Donde quiera que miremos vemos retazos de una cultura sexualizada. Recibimos día tras día mensajes que nos incitan a tener más sexo, siempre mejor, más largo, con erecciones imposibles y orgasmos interminables. En verdad, invertimos más tiempo, dinero y energía en buscar relaciones que en cualquier otra cosa. Hay que reconocerlo: nuestra sociedad gira en torno al sexo. Y esto, que tanto afecta a nuestras vidas, plantea una pregunta ineludible: ¿nos hace unos apasionados o unos obsesos?
No hay nada malo en desearlo. Es más, lo raro sería lo contrario. El acto libera en nuestro cuerpo una cascada de hormonas que nos provocan placer, felicidad y apego y, de paso, hacemos algo de ejercicio. Sin embargo, hay una cuestión que nos trae de cabeza: ¿la integración del sexo en nuestras vidas puede llegar a ser perjudicial? Y la respuesta de los investigadores Frédérick Philippe y Robert Vallerand al respecto ha sido clara: puede.
Los autores del estudio, publicado en el ‘Journal of Personality and Social Psychology‘, han analizado todas las aristas de la pasión sexual. Es decir, desde un deseo bien integrado con el resto de aspectos vitales (la armonía) hasta uno que permanezca aislado (la obsesión). Este último enfoque ha ido aumentando conforme la sociedad se volvía más y más sexualizada, la cual conduce a la mecanización del acto, la gratificación inmediata (el orgasmo) y a una sensación urgente del coito como meta, obligándonos a ejecutar, en lugar de a controlar nuestra sexualidad.
«El sexo me controla»
Esta perspectiva es, según Philippe y Vallerand, la culpable de la insatisfacción actual en torno a lo que acontece entre las sábanas. “El sexo es lo único que realmente me excita” o “tengo la impresión de que me controla” son comentarios tipo de aquellos que tienen una “pasión sexual obsesiva”, la cual sin duda puede limitar de forma significativa el placer del acto. Es importante indicar que los autores no señalan con un dedo inquisidor a la sociosexualidad (el estar más dispuesto a tener sexo casual y quizá a fantasear más), sino, más bien, a cómo esta se integra en la identidad de la persona y con respecto al resto de áreas de su vida.
Esta fijación obsesiva, por ejemplo, puede perjudicar las relaciones de pareja o bien la capacidad para concentrarse en algo, pues hay quien de manera inconsciente ve imágenes de personas atractivas. Asimismo, el enfoque está relacionado con el procesamiento parcial de la información. Aquellos diagnosticados con este tipo de conducta son más propensos a percibir intenciones sexuales en interacciones sociales ambiguas, así como a advertir un componente sexual en palabras no explícitas como ‘enfermera’, ‘tacones’ o ‘uniforme’, mientras que aquellos con un perfil más equilibrado tienden a enumerar ‘pene’, ‘pechos’, ‘vibrador’, ‘caricia’ o ‘coito’.