Es en Spaced donde Edgar Wright armó ese collage que tan buen resultado le dio (si exceptuamos la fallida Scott Pilgrim Vs. The world, donde se le fue claramente la mano; cosas de trabajar con guiones ajenos) en sus consiguientes incursiones en el cine. Es en Spaced donde empezó a usar la cámara con enfoques rebuscados, dramáticos, sacados de clásicos atemporales. Es en Spaced donde cultivó el sentido del humor gamberro que llegó a su apogeo en The World’s end.
Y gracias a eso, a haber sido el laboratorio en el que un grupo de amigos empezó a experimentar y a darse cuenta de cuán bien se los pasaban juntos, que Spaced goza de esa frescura, esa inocencia un punto deslenguada de una serie que no tenía tanto como objetivo primordial contentar a la audiencia, sino a ellos mismos. Por eso es diferente. Probadla. Pediréis más.