Cómo sentir verdadera satisfacción durante el sexo sin complejos ni vergüenza

0
671

Probablemente entraste a este artículo con algo de curiosidad y escepticismo. ¡Si el sexo se trata de eso! De perder las inhibiciones y, de alguna forma, entregarse. 

Lo que para muchas personas suena fácil para otras en realidad puede significar exponerse junto con un cúmulo de estigmas, complejos, miedos, prejuicios, temores, tabúes, inseguridades, dudas y mucha —muchísima— vergüenza.

Como mínimo, un síntoma generalizado de incomodidad asoma su presencia durante el sexo. ¿Es normal?, te preguntas. ¿Estoy solo con mis culpas y personalidad ansiosa? ¿Estoy loco? La verdad es que no. A menudo sucede que una pareja que se quiere mucho experimenta una extraña sensación de desconcierto y algo «falla» en su intimidad. Ajeno a su indiscutible amor, el disfrute de su vida sexual no es tan pleno. Las variables son diversas. Ella no se atreve a algunas cosas porque se siente avergonzada de algunas partes de su cuerpo, él no termina de relajarse porque está preocupado por «hacerlo bien». Ambos han puesto mucho esfuerzo, pero el asunto no mejora. ¿Qué hacer para aprender a llevar una vida sexual sin complejos ni vergüenza? He aquí unas de las claves expuestas por el psiquiatra y psicoterapeuta Demián Bucay en su libro Mirar de nuevo. Enfoques y estrategias para afrontar conflictos [Océano, 2010].

Es preciso tener presente que un encuentro sexual es, precisamente, un encuentro. Una manera de hacer contacto con otro, de comunicarse. Un modo privilegiado de conocerse, de descubrir a otro distinto a ti. La comunicación que estableces durante el sexo es generalmente de un carácter profundo, casi podrías llamarla «verdadera», pues allí te encuentras desnudo, no sólo físicamente, sino expuesto a ser visto como eres, con todos aquellos rasgos que te agradan y enorgullecen y con los que te dan vergüenza e incomodan. Una vez que aprendas a asumir esto podrás ir despojándote del peso que ciertas normas culturales y sociales que te dificultan vivir una sexualidad más libre, que proporcione placer y satisfacción plena.

Los procesos de la mente ponen en pugna dos aspectos más que contradictorios: por un lado la vergüenza que sientes y por el otro la excitación que provocan los cuerpos, idea afectada por la diferencia entre tu figura real y el ideal de belleza que te has formado bajo el influjo de la publicidad y el bombardeo mediático. Otro factor preponderante es el discurso moral, religioso, tradicional o incluso familiar que durante generaciones se ha mantenido gracias educadores, líderes, forjadores de opinión y padres, quienes —aunque no siempre— han sostenido que hay algo sucio y pecaminoso en el sexo. Algo pernicioso y hasta maligno.

En la mayoría de los casos, los problemas comienzan por el desconcierto de los primeros impulsos reproductivos, durante la juventud. A menudo resulta difícil lidiar con la sexualidad ajena, por lo que toda persona en algún momento se ha sentido juzgada, lo que genera inhibiciones que perjudican la experiencia sexual, aun antes de que se produzca un encuentro real con otro.

No se trata de despojarte de todo recato y pudor sexual. Aunque para algunos esto pueda sonar como que lo ideal sería andar desnudos en todo momento o teniendo relaciones en público, lo cierto es que el sexo debe mantener su carácter misterioso y parcialmente velado. Esto no quiere decir que sea malo. Se traduce como íntimo. Pertenece al campo de lo privado, y esto no se traduce como «prohibido».

En un nivel más complejo, durante el sexo se enciende la antorcha de un miedo arcaico, inherente a tu condición. Se trata del miedo del ser humano a perder el control. Se trata de un temor que incluso se manifiesta en lo colectivo y en lo social, más allá del individuo. Es el motivo por el cual la represión sexual ha sido ejercida por algunas instituciones a lo largo de la historia para evitar esa posible pérdida de control.

Ese «descontrol» es, en cierto modo, una amenaza para tu integridad: si no estás en control de tus acciones, estás a merced del otro, de lo de afuera. Durante una relación sexual, cuando estás realmente en ello, en efecto ocurre una disminución del autocontrol. Tu cabeza, siempre ocupada en procesar información, sacar conclusiones y tomar decisiones, se relega durante el sexo, aún más cuando te aproximas al orgasmo, que implica brevemente una pérdida de control. Algunas personas tienen dificultades para dejarse ir y mantienen un alto nivel de racionalidad cuando tienen relaciones, lo que les impide alcanzar una experiencia genuinamente placentera y acarrea más frustración que otra cosa.

Es bien sabido que la gran mayoría de las dificultades sexuales, tanto en hombres como mujeres, se deben a lo que en general se denomina ansiedad de desempeño, es decir, la preocupación por «hacerlo bien». Es muy excitante ver, oler, escuchar y sentir a la otra persona, pero nada es menos excitante que estar pensando todo el tiempo en si tendrás una erección, si llegarás o no al orgasmo o si lograrás satisfacer a tu pareja. Perseguir deliberadamente el orgasmo, por exponerlo de una forma, es la mejor manera de perdértelo. Debes dejar de convencerte de que tu grado de masculinidad o de feminidad se mide según qué tanto puedes satisfacer a otro en la cama, en cuántos orgasmos provocas o experimentas.

En fin, en cuánto aguantas antes de culminar. El sexo no es un deporte, ni una tara ni, mucho menos, un examen. El orgasmo es el resultado de un buen encuentro, mas no el objetivo único de una relación. De ser, todo el acto se convierte en un trámite, y a nadie le gustan los trámites.

Fuente: Cultura Colectiva

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.