Todo explotó hace unos días, cuando Ana no pudo callarse más y le preguntó por todos los mensajes que había visto. Él le contestó que sí, que había tenido algún que otro desliz, pero que aquello era fruto de su estrés y que, ante todo, quería seguir siendo su marido. Que ella era la mujer perfecta para él y que tenían una vida de ensueño. Que no podía tirarlo todo por la borda sólo por algún polvo que otro en los que no había ninguna clase de sentimientos.
Ana hizo la maleta y se fue de su ático del centro directa hacia mi estudio-zulo. Ella, que llevaba trabajando desde los 16 años para poder ganarse su propio dinero y depender lo menos posible de sus padres, no estaba dispuesta a ser la típica esposa objeto.
Y sí, cuando llegó a mi casa lo tenía clarísimo, pero a medida que avanzaban los días y se veía sola, sin la casa que tantos días se había pasado decorando, y buscando un piso digno de alquiler, empezaba a preguntarse si lo mejor no era volver junto a su marido y perdonarle los cuernos.