José Luis Trejo es neurocientífico del Instituto Cajal (CSIC) y vicepresidente del Consejo Español del Cerebro, y afirma que los datos de esas sentencias deben ser neutros: “El sujeto no deberá tener prejuicios ni predisposiciones, y los hechos contenidos en las frases no tendrán ninguna consecuencia para ellos”. Por eso, uno podrá creer que, efectivamente, Bogart pronunció en Casablancala mítica –aunque falsa– frase de “Tócala otra vez, Sam” porque, en realidad, es algo que le importa más bien poco, pero nunca llegará a convencerse de que fue él mismo quien robó la caja de caudales de su oficina. Porque no es cierto, porque él nunca lo hizo, porque ese día ni siquiera estaba trabajando. Porque es mentira, y su asunción como verdad le acarrearía un nefasto castigo.
¿Cerebro convencido? Sí, pero no en todas las ocasiones. Otro estudio de la Universidad de Michigan camina en la misma senda y pone su foco en la «distorsión de la memoria”, avalando la idea de que, cuanto más repite uno su opinión, más opciones tiene de persuadir a los demás. Pero, como en el caso anterior, este también atiende a las ideas transferidas por otros, y no a las que nacen de uno mismo. “La realidad de estas sentencias no se conoce, y tu cerebro no tiene con qué contrastarlo. Por eso, a base de repetírselo, el otro logrará que termine ‘viéndolo’ en su mente, reforzando sus conexiones neuronales y acabando por tornar en real algo sobre lo que, al final, no tiene datos”, explica Trejo. No queda otra que creerlo. Porque el cerebro se predispone a hacerlo, y él tiene más autonomía de la que uno puede imaginar.