Novescientos cincuenta años después, “El Reino de los Mallos” sigue tan bello e inmortal como siempre, solo que ahora atrae y deslumbra a todo aquel ávido de aventura física y sosiego psicológico. Junto al gigante de piedra esculpido por el arte que ha impreso la geología, el visitante podrá prepararse para escalar por sus paredes, caminar por sus senderos empedrados y aromatizados por su flora autóctona, o refrescarse en las aguas minerales del río Gállego.
Es posible que mientras disfrutamos de los Mallos nos sintamos devorados por un sentimiento de soledad y por la inmensidad de la montaña y el valle, pero en el perímetro de este reino tan particular, la vida en comunidad hace acto de presencia con pueblos tan pintorescos como Riglos y Ayerbe.
En el caso de Riglos, la población se emplaza en los márgenes del río, y en ella, los Mallos aumentan aún más su virtuosismo, ya que adquieren una coloración rojiza y diseñan un paisaje único en Europa.