Pero no siempre tenemos presente que a las marcas –como a casi todos los procedimientos comerciales y empresariales- hay que gobernarlas, administrarlas e integrarlas como parte esencial de una estrategia general. De esto se encarga el branding. Pero, ¿cuál es el objetivo del branding? Nada menos que lograr captar la atención, el gusto y el interés de los interesados para convertirlos en clientes.
A simple vista parece sencillo, pero no tiene nada de ello. El branding debe saber lo que el cliente desea y encontrar la forma más idónea de plasmarlo. Debe hacer que el producto o servicio del que se ocupa se diferencie del de la competencia recurriendo a múltiples recursos; atributos que resalten la calidad, el prestigio y la conveniencia de adquirirlo. Por todo esto, el branding debe acertar con todos los elementos de impacto y persuasión.
El diseño y establecimiento de una estrategia de branding implica preguntarnos desde las cosas más simples (estilo de tipografía, definición de los colores) hasta los aspectos más complejos (textos, diseños de las páginas, canales de comunicación, descripciones). Además, al momento de definir nuestro programa de branding, los estrategas de esta área sostienen que indagar sobre las formas de tratar las marcas que utiliza nuestra competencia respecto a sus clientes esta dentro del “juego limpio” comercial.