Puntos débiles

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Mi punto débil se llama Jacobo, y es del pueblo donde siempre ha veraneado toda mi familia. Lo conozco desde que éramos unos críos, y creo que nunca ha dejado de gustarme. Empezó como una tontería de adolescentes, que si manita por aquí, que si cuatro besitos tontos por allá… Lo típico de cuando tienes 14 años. Pero cada agosto que pasaba aquello iba a más y más, y recuerdo que el día 31 siempre era un mar de lágrimas.

En aquellos tiempos no existía ni Facebook, ni WhatsApp, ni tan siquiera teníamos móvil. Durante el año nos enviábamos alguna carta que otra, pero cada uno seguía con su vida, sus rollos y sus novietes de 3 ó 4 meses. Cuando acabó el verano de los 18, en el que estuvimos cada día juntos, le pedí continuar con la historia y tener una relación a distancia. Pero él, emocionado con lo de empezar la universidad y poder tirarse a toda la que se le pusiera a tiro en la residencia, me dijo que no. Así que yo me dediqué a hacer lo propio.

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