De ahí que el masaje prostático, aunque siga siendo tabú, se haya convertido en una socorrida herramienta para obtener o, mejor dicho, multiplicar (ellos no tienen tantos problemas para alcanzar el clímax) el placer masculino. A veces, de manera externa, a través del perineo –la zona que se encuentra entre el ano y los testículos–, pero de manera mucho más sencilla, a través de la penetración, que puede llevarse a cabo de muy distintas maneras, según gustos, inclinaciones o preferencias. Hay que poner mucho de nuestra parte para creer que existe. Pero no tanto para disfrutarlo, se llame como se llame.
«Realmente se puede abrir una nueva vía de placer para los hombres si están dispuestos a probarlo», asegura Susan Milstein, profesora y educadora sexual del Departamento de Mejora de la Salud, Ciencias del Ejercicio y Educación física en campus de Rockville de Montgomery College (Maryland). De hecho, mientras que muchos hombres desconfían de esta estimulación prostática, las ventas de masajeadores han ido en aumento en EEUU, un 56% más en los últimos cinco años y particularmente entre hombres heterosexuales mayores de 45 años.