Estas mujeres nos han confesado que, en ciertas situaciones, han sobrepasado la barrera del placer y han roto a llorar en esos momentos, sobre todo cerca del orgasmo, aunque a veces el desencadenante es ‘solo’ un beso en el que todo se mezcla: el hambre animal por la otra persona y una paz que solo se puede describir como mística.
Liberación total
Para la pareja puede ser alarmante. Un anónimo experimentado nos explica su reacción: «La primera vez quería morirme. No sabía qué estaba pasando; ella sollozaba y seguía en el asunto y yo pensaba que estaba haciendo algo terriblemente mal, causando daño o como mínimo provocando recuerdos horribles. ‘¿Paro?’ ‘¡Sigue!’ ‘Pero…’ ‘¡Sigue!'» Todos sabemos que se puede llorar de alegría al librarnos de la muerte o ganar un billón en la lotería, pero parece excesivo por un simple asalto sexual. La clave es que estas relaciones fueron mucho más que eso. Alivio, ‘soltarlo todo’, ‘la rehostia del paraíso con coros angelicales y la liberación total’… Es difícil describirlo con palabras, pero estas amigas, y algún amigo, lo han intentado y este es el resultado.
- Manuela, 42 años, empieza fuerte: «Buah, ¡me ha pasado mogollón de veces! Lo curioso es que en general me cuesta un montón llorar aunque me muera de ganas. Una vez especialmente cañera fue con un amante que para mí fue un antes y un después. No estaba enamorada ni nada, pero sí enganchadísima. No vivía en Madrid, así que iba a visitarle y, literalmente, no podíamos dormir juntos porque no dormíamos. No podíamos parar de hacerlo si estábamos en la misma cama. Después de una maratón sexual con este hombre, me puse a llorar a mares, no podía parar. De hecho, me fui a otra habitación a seguir llorando hasta que se me pasó. No me encontraba mal, sino sobrepasada, flipando. Emocionalmente, pero por una sobredosis de sensaciones físicas, no sé si me explico. Me costó dilucidar si eso es que me estaba enamorando o qué. Y no. Otras veces me ha pasado con alguien de quien sí estaba enamorada. Y ha sido como estar súper feliz y quererte morir al mismo tiempo. Como una cosa casi mística. Enamorada y después de muy buen sexo, claro, no vale un polvo cualquiera».
- Beatriz, una informática de 35 años, nos da una descripción con varios puntos en común: «Me ha pasado alguna vez (pocas) llorar durante un orgasmo y lo llamo ‘orgasmos místicos‘. Es decir, están los puramente sexuales, en los que piensas en cosas excitantes, llegas y te quedas en ese plano, y los orgasmos místicos, cuando parece que una vez llegada al clímax sales del plano sexual y llegas a otra dimensión. Es como si el orgasmo te permitiera sentir… tocar de cerca el sentido de la existencia, o algo así. Como si fuera solo una etapa para llegar a otro punto. Los pensamientos sexuales desaparecen para dejar lugar a una sensación existencialista: ‘esto me supera’. Y lloro».
Le preguntamos si lo identifica con el ‘amor verdadero’. «Me pasó con dos personas diferentes, y diría que solo me podría pasar cuando estoy enamorada. No estoy segura, pero creo que no podría suceder con un rollo de una noche. Creo que en ese estado podría llegar a pensar incluso en mi abuelo, para que te hagas una idea. Volver a las raíces, a lo que da un marco a la vida. Tocar la muerte y el origen a la vez, una cosa muy rara. ¡No pienses que estoy loca!».
- No más que nuestra siguiente amiga, Isabel, de 36 años, que también encuentra un poco preocupante tanta intensidad: «Qué bien saber que no soy una mística rara por llorar en esas situaciones. En general lloro sin dificultad, tanto de tristeza como de alegría, nostalgia o cualquier otra emoción. Y sí, también de placer. Me ha pasado bastantes veces. Creo que tiene que ver con un momento de comunicación muy profundo que es necesario para que eso suceda, no es mero placer físico. La primera vez fue con la primera persona de la que me enamoré, y claro, me cogió por sorpresa. No sé si entendía bien qué pasaba, pero estaba asociado a una profunda emoción. Después solo me ha pasado si estoy muy muy enamorada y me entiendo muy bien con el otro. Y solo ocurre a veces».
Logro desbloqueado
- Macarena, de 60 años, tiene un marido al que describe como un compañero genial, pero cree que aún le afecta la educación (anti) sexual que le dieron, a ella y a muchas otras de su generación con las que ha hablado de sexo. A los diez años, le contó a su madre un sueño de los que hacen temblar las piernas y la contestación que obtuvo la asustó. Se esforzó por no volver a imaginar cosas así: «Creo que pensaba que podría ir al infierno». Pasó el tiempo sin atreverse a experimentar nada hasta que oyó a la actriz Blanca Estrada hablar del autoplacer. Comenzó a probar, a tocarse… y tuvo su primer orgasmo. La sensación fue tan nueva y desbloqueó tanta tensión acumulada que llegó con lágrimas.
- A otra amiga, Liliana, de treinta y pocos, le ha pasado con una sola persona, dos o tres veces. No sabe bien qué teclas tocaba en ella ese chico, pero define la relación como «la más auténtica que tuvo, en todos los sentidos»: «Nos contábamos hasta las basuritas que avergüenzan, que no le cuentas a nadie. Así que creo que llorar era parte de ese sentir mucho las cosas, que se da cuando hay placer y algo más. Es una de las cosa más auténticas que me han pasado. Supongo que parir (que aún no le ha sucedido) sería otra de ellas».
- Otra mujer que quiere ser identificada como Consuelo, trabajadora social de 34 años, dice que le ha sucedido muchas veces: «Era como placer, mezclado con ternura y relajación de tensiones y amor y cortocircuito cerebral». Con uno de sus novios se echó a llorar sobre él nada más correrse y él se preocupó. Era una auténtica llorera de niña pequeña, ruidosa y con hipo. Cuando le ocurre suele ser justo después del clímax, y cree que «esas lágrimas, más que la culminación del sexo, son la culminación del amor con mayúsculas. Así de clásica soy yo. Entendiendo el sexo como la manifestación más salvaje del amor. Es cursi pero verdad».
- Amalia habla así del momento concreto en que necesitó llorar para dar salida a la explosión en su interior: «No me ha pasado por placer (que siempre es más o menos el mismo) sino por amor. Fue una sola vez, a los treinta y tantos. Ya no es nadie especial, y tampoco fue el primero. La sensación fue sublime. Él tenía todo lo que me atrae. Fue algo… inmenso, la plenitud. Justo después de un beso«. La otra persona no lo vivió con la misma intensidad que ella, o sí pero no quiso prolongarla, y se asustó al verlo: «Salió corriendo, me dejó de inmediato. Pasé unos diez años hecha polvo después de aquello». Y a nosotros ese polvo nos recuerda a lo de Quevedo: «polvo serán, mas polvo enamorado» cuando hay «amor constante, más allá de la muerte».
Esperamos que les vuelva a suceder en esta vida mortal, y si no, esos momentos quizá son suficientes para darle sentido.