Hay situaciones en la vida que están muy codificadas y en las que todos sabemos cómo nos tenemos que comportar. Por el contrario, otros momentos cotidianos no quedan socialmente demasiado definidos y la falta de instrucciones nos pone en extraños compromisos.
Una de esas circunstancias se da cuando el camarero se acerca a nuestra mesa con el temido papel donde figura el total de lo que hemos consumido. Si lo pensamos detenidamente, nos daremos cuenta de que casi todos los días nos vemos en este aprieto, ya sea por un café con nuestro jefe, por unas cañas con nuestros amigos o por una cena romántica. No existen reglas demasiado transparentes sobre quién debe pagar y quizás las pocas que quedaban son cada vez más difusas. No es una cuestión cultural, pues el conflicto aparece en cualquier lugar y con cualquier persona fuera de aspectos como la jerarquía, el sexo o la edad. El problema tampoco tiene que ver con nuestro bolsillo pues en muchos casos se trata de pequeñas cantidades monetarias asumibles por cualquiera.
Pagar o no pagar la cuenta tiene que ver con el significado en sí de la propia acción: ¿si pago yo, estoy poniéndome en un plano superior respecto al que no paga? ¿Si no soy yo el que invita, los demás me van a considerar un tacaño? ¿Si ofrezco siempre el aperitivo estoy permitiendo que mis amigos o mis compañeros se aprovechen de mí?
Demasiadas variables con multitud de matices que provocan situaciones bastante embarazosas. Con el fin de aclarar la confusión en la que se encuentra hoy en día el hecho de convidar, te queremos ofrecer a continuación una pequeña guía esperando que te sirva de apoyo, sobre todo cuando estés con una persona que es importante para ti y no deseas quedar mal con ella.