Entre todas las batallas que la sociedad debió librar para el pleno disfrute del ejercicio de la sexualidad femenina, la que se ganó en la década de los 60 con la llegada de la píldora anticonceptiva fue un golpe definitivo a las convenciones y normas morales que férreas, se imponían a la libertad de la mujer.
Su adopción no sólo rompió con la relación entre sexo femenino y reproducción. La píldora como método de contracepción también abrió la puerta al placer e inauguró una nueva actitud de género ante la práctica sexual.
Sin embargo, no todo fueron buenas noticias para la práctica del sexo desde entonces. Junto con la emancipación del deseo sobre la reproducción, la multiplicidad de sendas por recorrer camino al placer se redujo a una sola: la penetración. Los besos, caricias, temperaturas, texturas y todo tipo de sensaciones que hacen de ésta la actividad placentera por antonomasia, cedieron ante la errónea caracterización del coito como principio y fin del sexo.