Por tanto, la desaparición de una posesión —el dinero en este caso— es importante a la hora de tomar decisiones. Sin embargo, todavía lo es más la inmediatez. Es decir, es más efectivo tener la certeza de que perderemos una determinada cantidad de dinero a corto plazo, que saber que ganaremos cierto montante en el futuro. Así lo cree la psicóloga, quien además añade: «A nuestros ojos una ganancia postergada no nos parece tan segura como una pérdida inmediata. Así que, incluso aunque ésta fuera menor, el miedo a que se haga real, hará que el temor y la desconfianza se instalen en nosotros, haciendo que busquemos el modo de que no se produzca».
Por su parte Natàlia Calvet, coach y experta en hábitos saludables, aunque no rechaza la teoría de la aversión a la pérdida, sí advierte de que “puede conllevar un coste emocional demasiado elevado”. Y continúa: “Al fin y al cabo, estás haciendo algo por miedo, y eso no es óptimo ni eficaz a largo plazo”. La buena noticia es que según la coach, este comportamiento se puede entrenar. “Es posible enseñar a nuestra mente a tener una visión positiva de la vida y a escoger acciones en función de lo que queremos conseguir. De este modo, encontraremos la motivación necesaria para hacer ejercicio sin recurrir a la estrategia de la amenaza económica”, sostiene.
“Perder peso y ponerse en forma son dos propósitos de futuro, en cambio, quedarse apoltronado en el sofá es una gratificación inmediata”
¿Por qué nos cuesta tanto movernos?
La culpa la tiene la zona de confort. Un lugar donde a nuestro cerebro le encanta estar y del que no quiere salir. Y es que, según Calvet, “es una manera de ahorrar energía. Si queremos incorporar un nuevo hábito, como ir al gimnasio, tenemos que poner nuestro foco en eso y utilizar estrategias para hacerlo más fácil: poner una alarma en el móvil, quedar con un amigo en el gimnasio, dejar la ropa preparada en el coche…”.