Cuando empezó el copeo, Mario se colocó a mi lado en la barra. “Cómo has cambiado, estás guapísima”, me dijo. Noté cómo me subían los colores y me ponía roja como un tomate, pero intenté disimularlo con sentido del humor. “¿Me estás diciendo que de pequeña era un orco?”, le contesté yo haciéndome la indignada. “Orco o no, siempre has sido la mejor”, me dijo señalando al grupito de arpías en que se habían convertido mis amigas de la infancia.
A partir de ahí no paramos de hablar en toda la noche. La verdad es que se había vuelto un tipo interesante, mucho más que el típico quarterback de las pelis americanas que era en nuestros años mozos. Cuando creía que ya lo tenía hecho, que aquella noche no iba a dormir sola, va y me suelta que estaba felizmente casado y tenía dos hijos.
Creo que fue al ver mi cara de decepción cuando se atrevió a decirme lo que le rondaba por la cabeza desde el principio de la cena. “Mi mujer y yo queremos hacer un trío, y creo que eres la mujer perfecta para hacerlo”. No os voy a negar que me sentí halagada, pero la verdad es que no supe qué contestar. Así que saqué mi vena maruja y curiosa y empecé a preguntarle el porqué de semejante proposición.