Me he enamorado en el metro

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Con el moreno del pelo rizado fue diferente. Fue entrar en mi vagón y quedarme retarded, con la boca abierta y los ojos saliéndoseme de las cuencas. Se dio cuenta de mi atontamiento instantáneo, bajó la cabeza y esbozó una tímida sonrisa.

Cuando bajé del metro, nos quedamos mirándonos fijamente a través del cristal. Me esperé en el andén hasta que el tren hubo desaparecido completamente, y me hubiera quedado allí petrificada durante horas si una señora no me hubiera atropellado con su carrito de la compra.

Al día siguiente me las vi y me las deseé para coger el metro a la misma hora, pero lo conseguí. A medida que se acercaba la parada en la que él se había subido, hacía exactamente 24 horas, notaba cómo mi corazón se aceleraba y latía más fuerte.

¿Cuántas probabilidades había de que apareciera y cuántas de que no? «Tal y como iba vestido, va a trabajar seguro», iba pensando para mis adentros, «pero, igual se sube en el siguiente tren, o en otro vagón, o es comercial y cada día va a un sitio».

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