Ver la serie Dates también me animó a dar el paso. Al fin y al cabo, ¿en qué se diferencia que tu amiga te presente a alguien con el que cree que congeniarías, a que lo haga una máquina? La clave está en no hacerse demasiadas ilusiones, pensando que todo aquel con el que te emparejan en la web va a ser tu media naranja.
Ese fue el error del primer tío que conocí mediante el online dating. A cada cosa que yo decía, aunque fuera la gilipollez más grande del mundo, él repetía «y yo también», «qué casualidad», «igual que a mí». Pidió el mismo plato que yo, la misma bebida y el mismo postre. Entonces llegué a la conclusión de que una cena era pasar demasiado tiempo con alguien que no sabía si me iba a interesar.
Con el segundo, la cosa fue algo mejor. Quedamos para tomar un café y me llevó a un sitio monísimo. Era inteligente, irónico y bastante mono, pero tenía un gran problema: una falta total de autoestima. Sus desastrosas relaciones sentimentales lo habían dejado herido de gravedad, y ahora solo se atrevía a ligar a través de su perfil en la red. Lo apunté en mi agenda de los «por si acaso».