Arkham Asylum era un juego de acción en tercera persona dentro de un entorno cerrado (la prisión sanatorio de Arkham) que exploraba tímidamente el concepto sandbox (mundo abierto) dando libertad de movimientos por el escenario. Su sistema de juego, un entorno gráfico excelente para la época, su larga duración y el hecho de contar con varios de los súpervillanos clásicos de Batman lo convirtieron en imprescindible y alcanzó un éxito total.
Dos años después, en 2011, llegó su continuación: Batman: Arkham City. Esta vez sorprender era más complicado, pero aun así lo lograron. Ambientado en una parte de la ciudad de Gotham convertida en prisión (a lo 1997: Rescate en Nueva York), multiplicaba por cinco la extensión del escenario, dando todavía más libertad para recorrerlo y añadiendo al elenco de personajes a villanos que no aparecían en la primera parte y a aliados de Batman como Robin, Catwoman (ambos controlables) o el carismático Alfred.
Un sistema de juego mejorado, un sistema de batalla mucho más completo y el añadido de nuevos gadgets y un sistema de realidad aumentada (que sustituyó al modo detective de la primera parte) lo convirtieron no sólo en uno de los juegos del año, sino en uno de los mejores para la generación de consolas que empezamos a dejar atrás.