- Poner las cosas siempre en perspectiva. En la medida en que podamos controlar nuestras emociones, nuestras decisiones serán más atinadas. Podremos pensar con mayor claridad y los beneficios serán tangibles. Esto nos ayudará a no desperdiciar buenas oportunidades por no poder controlar nuestros impulsos emocionales.
- Analizarnos a nosotros mismos en el ámbito laboral. Implica conocer nuestras reacciones emocionales frente a diferentes situaciones cotidianas o típicas. En este punto debemos ser honestos con nosotros mismos, con el fin de saber qué emociones nos afectan en mayor medida, y por qué lo hacen durante nuestro desempeño laboral.
- Aprender a escuchar. En muchas ocasiones preferimos cerrar nuestros tímpanos frente a las cosas que no nos interesan o no nos conviene escuchar. La alta inteligencia emocional conlleva la capacidad de enfocar conscientemente nuestra atención a lo que los demás tienen para decirnos. El ejercicio básico y aprendido en la infancia de prestar atención para aprender no conoce de títulos profesionales, ni amplias experiencias laborales, ya que está siempre vigente y es de importancia sustancial para todas las personas, de todos los perfiles y niveles profesionales. Si optamos por no escuchar, no dispondremos de la información necesaria, y las consecuencias serán decisiones erróneas y poco beneficiosas para nosotros.
- No olvidarnos de que contamos con un lenguaje corporal. Saber que siempre estamos comunicando con el cuerpo aunque estemos en silencio. Nuestro lenguaje corporal debe ser acorde con lo que expresamos oralmente.
- Identificar los factores que nos causan estrés e inseguridad. Este ejercicio evitará reacciones desproporcionadas cuando las situaciones no lo requieren. Resulta esencial practicar nuestra capacidad para mantener la calma. Las actividades recreativas o hobbys, como la meditación, la pintura, la lectura o el ejercicio físico nos ayudarán en gran medida a conseguir esta meta.
