La temática viene a ser más o menos similar pero los escenarios, la ambientación y la trama tienen una clara impronta hollywodiense, en el mejor sentido de la palabra.
Así nos encontramos con una serie de brillante factura, donde los millones de Netflix y la mano del productor David Fincher (Seven) hacen lucir a un elenco de actores en estado de gracia capitaneados por un cada vez más excelente Kevin Spacey.
Capítulo a capítulo nos vamos adentrando en las cloacas más pestilentes de la política estadounidense, donde el honor o la bondad no tienen cabida y solo fluye el hedor de la traición más despiadada. Y siempre con la mirada penetrante de nuestro pérfido protagonista que a mitad de escena se gira mirando fijamente a la pantalla y nos ofrece su particular visión de la jugada, como si quisiera hacernos partícipes de su historia.
Si la primera temporada ya resultaba alucinante, esta segunda no solo mantiene el tipo sino que da una vuelta de tuerca más en la crueldad política y humana de la pareja protagonista, sobre todo con un inicio absolutamente sorprendente.