No se equivocaba, llegó un momento en el que pasé de decir «qué pesado» a «qué mono» (cuidado, esto NO siempre ocurre), y decidí darle una oportunidad. Poco a poco me fue ganando porque, además de «feo», era inteligente, divertido, bueno, igual de cariñoso que yo (o sea poco) e interesante, MUY interesante. Estuvimos pocos meses, porque tuvo que irse a vivir a la otra parte del mundo, pero siempre he guardado un buen recuerdo de él.
Hace poco leí un estudio en el que se afirmaba que, en el sexo, ellos las prefieren feas. Que en la cama, si estaban ante una mujer muy hermosa, aumentaba el estrés y la tensión y con ello las probabilidades de que el polvo fuera mediocre. Lo contrario me pasaba a mí con Sergio: cuando estaba con él, me olvidaba de la celulitis, del lunar ese que tanto odiaba y del vello que me había dejado por depilar. Conseguía que me liberara de todas mis inseguridades, y que el sexo fuera increíble.