Hay una relación mutuamente beneficiosa entre los humanos y las bacterias. Les proveemos refugio y un hábitat seguro, mientras ellas se hacen cargo de algunos mecanismos que el cuerpo humano no puede manejar por sí solo.
Las diferentes clases de bacterias pueden tener un efecto dramático en varios aspectos de la salud, incluyendo el peso, el control del azúcar en sangre, las funciones inmunológicas e incluso las cerebrales.
¿Pero qué tiene que ver eso con las fibras? Como cualquier otro organismo, las bacterias necesitan alimento. Necesitan conseguir energía de algún lugar para sobrevivir y funcionar.
El problema es que la mayoría de los hidratos de carbono, proteínas y grasas son absorbidas dentro del torrente sanguíneo antes de llegar al intestino grueso, y no queda nada disponible para la flora intestinal.
Aquí es cuando hace su aparición la fibra. Los seres humanos no poseen enzimas para digerirla y es por eso que alcanza el intestino grueso relativamente intacta.