‘Las cartas de Scarlett’: la doble vida de una dominatrix en Hollywood

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Lo primero fue el glosario de términos. En el negocio, todo el mundo comienza siendo una sumisa (sub, en la jerga de los calabozos sexuales de Los Ángeles). Son aquellas que aceptan al ‘Amo’ como su dueño, como si fuera de su propiedad, y durante la sesión están a disposición de lo que al cliente le plazca. A dominatrix, ataviadas con botas de tacón de aguja y mono negro y ceñido de cuero o látex, solo llegan las mejores. Hay que conocer con profundidad los secretos escondidos tras los fetichismos, las fustas y látigos. Para alcanzar el puesto de ‘switch’ -capaz de ponerse en las botas tanto de una sub como una dominatrix- tuvo que estudiar (sí, estudiar), leer libros, practicar con compañeros y atender a clases.

Su compañera de piso era la única persona que conocía de su doble vida. Más o menos, asegura Nordbak, le explicó así en qué consistía su nuevo trabajo nocturno: “Es similar a un burdel, aunque no hay sexo y se centra en los fetiches”. La joven tuvo que hacer malabarismos con los horarios para compaginar sus dos trabajos: “Por la noche exploraba el secreto y oscuro mundo subterráneo, pero cuando llegaba a casa a veces tenía la sensación de que me estaba perdiendo fuera de sus límites. Durante el día volvía al desafío de aprender y sobresalir en un entorno mucho más tradicional. A veces dejaba el trabajo sofocada o aburrida, y todo lo que tenía que hacer para solucionarlo era comenzar mi turno en la mazmorra. Fue el momento más agotador y emocionante de mi vida», asegura Nordbak.

Donde la fantasía es sagrada

En este Disneylandia del fetiche para adultos, los roles se invertían: «El mundo corporativo es dominado por hombres, y en la mazmorra yo era quien los dominaba», señala la autora. “La mazmorra es un espacio donde la fantasía es sagrada y nadie es juzgado por su curiosidad sobre algo fuera de lo común”, señala Nordbak a ‘The Independent’. “No había sexo, tan solo jugábamos con fantasías y atendíamos a peticiones inusuales”. Lo que los hombres querían –en ocasiones mujeres o parejas también, pero la clientela era predominantemente masculina- se centraba en humillaciones, azotes, castigos, actuar como esclavos y fetichismo de pies. “Muchos solo querían que una mujer poderosa los controlara”.

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