Felicidad y alimentación

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Solemos entender la felicidad como el disfrute de un acontecimiento hedonista, mientras que no es más que un acúmulo de recursos emocionales internos. La felicidad no se alcanza cuando obtenemos algo, sino cuando aprendemos a conseguir ese algo.

[pullquote]La felicidad es una colección de pensamientos, adquiridos a través de la experiencia, que nos instan a sentir buenas emociones y a adaptarnos a las circunstancias de la forma más inteligente[/pullquote]Sólo cuando nos sentimos merecedores de lo ocurrido, y conocemos la fórmula de nuestro éxito nos dejamos invadir por el proceso mental de la felicidad. La felicidad es una colección de pensamientos, adquiridos a través de la experiencia, que nos instan a sentir buenas emociones y a adaptarnos a las circunstancias de la forma más inteligente.

Ésta es una colección de pensamientos, adquiridos a través de la experiencia, que nos instan a sentir buenas emociones y a adaptarnos a las circunstancias de la forma más inteligente.

Será la idea del placer inmediato lo que en a menudo lleve a la confusión con lo que sentimos y creemos que es la felicidad. Debemos entender a esta última como un proceso a lo largo de la vida en la que se van aprendiendo determinadas herramientas que nos mantienen en un estado más agradable.

Así explica el psicólogo Peter Ubel los resultados obtenidos en su estudio realizado por el VA Ann Ardbor Healthcare System de la Universidad de Michigan, publicado en el Journal of Happiness Studies. En el cual descubrimos como las personas que superaban los 60 años mostraban una felicidad superior con respecto a los adultos que gozaban de la treintena.

Estudiamos para competir en el mercado laboral, aprendemos idiomas para abrirnos las puertas más allá de nuestro hogar y buscamos empleo para rellenar tres líneas en la parte del currículum vitae donde se plasma la experiencia. Todo por asegurarnos un futuro. Sin embargo, en lo que concierte a la salud a menudo descuidamos el presente y primamos el placer instantáneo frente a actuaciones más correctas que nos aseguren un futuro más prometedor.

“Prefiero vivir feliz 60 años y fumar, beber y comer cuanto quiera que vivir 80 años a disgusto”. Es la posición de muchísimas personas . ¿Seguro que la felicidad radica en sentir ese placer inmediato de hacer lo que uno quiere y desea en cada momento?

Los que se sientan identificados con tal mensaje, seguramente sean personas divertidas, optimistas y que se encargan de vivir el presente con una sonrisa. Por ello, saben muy bien qué es lo que les genera placer y no encuentran un motivo convincente que les incline a hacer otra cosa.

El problema, a menudo, llega con el paso de los años. Ese futuro en el que apenas pensaban, ahora es su presente. Ese que tanto les importa. Y el haber realizado durante años una serie de hábitos que mantenían su alegría ahora, al parecer, han sido los factores de riesgo que avivaron el desarrollo de su enfermedad.

Vuelvo a formular: ¿Seguro que la felicidad radica en sentir ese placer inmediato de hacer lo que uno quiere y desea en cada momento? Y si sabemos de antemano que lo que nos genera placer en el momento presente puede ser dañino en un momento futuro, ¿no será mejor buscar otro mecanismo que nos genere las mismas emociones?

Si es en la vejez donde podemos aprovecharnos de nuestras experiencias y sentir emociones que nos acerquen a la felicidad, ¿por qué solemos preferir vivir nuestra juventud sin pensar en las consecuencias?

“El ser humano es el único animal que bebe sin tener sed, come sin tener hambre y habla sin tener nada que decir”, afirmaba el escritor Mark Twain.

El 99% de las personas desearían ser más felices o conocer cómo pueden serlo. Si es al llegar a anciano donde gozamos de más herramientas para alcanzar la felicidad debemos asegurarnos de llegar a los últimos años de vida con una buena salud mental. En la vejez contaremos con los matices que configuren una felicidad extraordinaria si poseemos unas habilidades cerebrales no muy deterioradas.

Y es aquí donde presentamos las dos perturbaciones más prevalentes y graves ligadas al deterioro mental: el alzheimer y la demencia vascular.

La población total española cuenta con unos 45 millones de habitantes, de los cuales alrededor de un 15% presenta una enfermedad neurológica, provocando que uno de cada tres españoles quede afectado por el sufrimiento de alguna de estas patologías sobre algún ser querido (impacto sociosanitario de las enfermedades neurológicas en España, informe FEEN).

Es a partir de los 65 años cuando aumenta el riesgo del desarrollo de alguna enfermedad neurológica, y se calcula que para el año 2050 uno de cada tres españoles tendrán más de 65 años.

El alzheimer se produce cuando una sustancia proteíca betaamieloide se almacena formando un atasco en territorios importantes del cerebro. Por otro lado, la demencia vascular es la consecuencia de numerosos microinfartos vasculares dados por la ruptura o bloqueo de los vasos sánguíneos cerebrales.

La información genética particular de cada individuo favorece o no la aparición de las enfermedades mencionadas. Esto nos convertiría en víctimas si no existieran múltiples estudios que demostraran cómo el medio ambiente presenta un rol dominante en la prevalencia del alzheimer y la demencia vascular.

Estas patologías a menudo se muestran en las mismas regiones, e incluso, en los mismos individuos, lo cual nos llega a pensar que existen factores de riesgo comunes que se comparten en algunas poblaciones.  Y la existencia de estos factores muestra una responsabilidad humana voluntaria al poder evitarlos, más que un victimismo aleatorio, genético o del propio destino. Existen tres factores dominantes sobre los cuales podemos actuar:

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