Sobre esta base, la mayor parte de las grandes empresas y pymes, han desarrollado códigos de ética empresarial. Estos se han implantado con el fin de cumplir con los principios fundamentales relacionados con el respeto a la legalidad vigente, el trato respetuoso y la interdicción de la discriminación, la abolición del trabajo infantil, la igualdad de oportunidades, la seguridad y salud en el trabajo, o el respeto a la intimidad y confidencialidad de la información de los empleados.
Por todo esto, aunque a veces nos parezca que los Bárcenas, los Correas, los Díaz Ferrán o los Urdangarin son los grandes triunfadores, nada más lejos de la realidad. Cada uno de ellos carga con una implacable condena social, y quizá, jurídica; su visita a los juzgados y su protección personal es permanente, y los dedos acusadores están siempre sobre ellos.
Mientras tanto, en el otro extremo, los empresarios y cargos públicos que sustentan su día a día en la ética, son destinatarios del respeto y la admiración de cada uno de sus empleados, colaboradores y entorno, y por supuesto, de la alegría y el clima productivo y creador que indefectiblemente resulta de lo anterior.