¿Es cierta la idea generalizada de que los profesionales de la pornografía son incapaces de disfrutar de las relaciones sexuales o, por el contrario, no se cansan nunca de trabajar?
Si hay algo que puede desquiciar por completo a un informático es que todos y cada uno de sus amigos y conocidos le pidan en algún momento de su vida que les formatee el ordenador. Igual ocurre con los fisioterapeutas que están agotados de tener que hacer horas extras no remuneradas con esos seres cercanos a los que les duele ‘aquí’ o ‘allá’ o a los asesores fiscales que, y siempre en los días límites antes de que acabe el periodo oficial de entregas, ayudan a solucionar las declaraciones de la renta de quien se les cruza en el camino. Están hartos de trabajar, como para hacerlo en horas libres.
¿Ocurre lo mismo con los profesionales que tienen trabajos más divertidos? Es decir, ¿es posible que un bailarín se moleste por tener que ir a una pista a darlo todo, un ‘personal shopper’ odie ir de tiendas o un actor porno termine aborreciendo practicar sexo tras haberlo hecho durante largas horas de intenso rodaje? Precisamente esto último se planteó el psicólogo Justin J. Lehmiller, quien quiso descubrir si es cierta la idea generalizada de que los profesionales de la pornografía son incapaces de disfrutar de sexo o, por el contrario, son auténticas bestias sexuales que disfrutan de cada minuto de trabajo, incluso en las horas extras.