2. Ojo con la ‘orgasmolatría’.
Cuando nuestra cabeza se despeja de pensamientos intrusivos, el orgasto se dispara solo y las sensaciones fisiológicas placenteras también. Por tanto, ¿qué hacer?: «Nada. Cuando nuestra cabeza se calma, el placer llega solo; el orgasmo es una consecuencia, no puede convertirse en una meta», relativiza Antona.
Se refiere a lo que podríamos llamar ‘ orgasmolatría‘, un cuadro psicológico obsesivo que se produce cuando ponemos por única meta conseguir el orgasmo a toda costa. En tales casos es muy probable que nos agobiemos cuando las cosas no van como esperábamos con la pareja con la que tenemos relaciones.
De la ‘orgasmolatría’ se derivan diversas anticipaciones, como pensamientos del tipo «seguro que… no voy a poder», «¿Estaré a la altura?» o «¿Se me notará tensa?». A partir de ahí, puede aparecer el fenómeno de la profecía autocumplida: «¿No ves? Si ya lo decía yo». A este respecto Antona juzga más importante que el orgasmo en sí el placer de besar, de oler, del tacto, las mirada sensuales, las palabras excitantes. Según el sexólogo, valorar estos estadios intermedios son el mejor camino hacia el orgasmo.
3. No centrarse sólo en el clítoris y el glande
Yendo a lo básico, el orgasmo se obtiene estimulando el pene en el caso del hombre, y en el caso de la mujer, el clítoris, bien sea directa, o indirectamente, a través de la penetración vaginal. Pero las zonas aledañas a los órganos sexuales también pueden ser generadoras de orgasmos por sí mismas. Esto sucede gracias atodos los nervios que se acumulan en las áreas supra-genitales, con miles de ramificaciones que pueden causar un maremoto sensorial.
Basta con la mera aproximación al cuello del útero, a la próstata, al ano de hombres y mujeres, a la vagina o al escroto para que se activen las sinápsis del placer. Porque sus nervios mandan los estímulos hacia la espina dorsal, que los canaliza hacia el cerebro, donde el circuito de recompensa empieza a activarse y acaba segregando una cantidad de hormonas del placer altamente adictivas.
No en vano, las sensaciones que te provocan la dopamina, la oxitocina, las endorfinas y demás hormonas segregadas en el cerebro durante el orgasmo son las mismas que cuando haces deporte, comes con hambre o consumes opiáceos. Por lo tanto, si las zonas erógenas se extienden más allá del clítoris o el glande, ¿por que no salir a experimentar con las sensaciones de nuestro compañero o compañera y a la vez pedir que experimenten con las nuestras? Cuantas más terminaciones nerviosas se estimulen, mayor es la excitación y por tanto el orgasmo.