Realizar esta práctica de autocompasión mejora en gran manera el bienestar psicológico, la autoestima y mejora la imagen que tenemos sobre nosotros mismos.
3. Ponerle etiquetas a las emociones
Muchas son las personas a las que no les gusta hablar de sus sentimientos. Por eso, muy pocas son las que los tienen presentes en su día a día, ocasionando que, a la larga, no sepan cómo se sienten en algunos momentos.
Los adultos, temerosos de expresar sus sentimientos ante los demás, suelen colocarle etiquetas a los mismos. En lugar de decir “me sentí triste”, dicen “sentí un vacío”, o quizás al sentirse contento u enamorado lo cambien por el clásico “sentí mariposas en el estómago”.
Al etiquetar las emociones se puede tener un mayor conocimiento del estado emocional propio, evitando tomar decisiones directamente influenciadas por estos o mezclar las emociones desencadenadas en la vida personal con la profesional, o viceversa.
4. Equilibrar las emociones de forma lógica
En muchos lugares a esta práctica se la conoce como “pensar con la cabeza fría”, es decir, tomar decisiones tiempo después ocurrida alguna experiencia fuerte en la que se involucren las emociones.