Nuestra sociedad occidental del estrés, incluso en la cama va con prisas. Focaliza la atención en torno al orgasmo y la eyaculación, según los cuales determinamos si “ha estado bien” o no. Aquí se encuentra la gran diferencia con el sexo tántrico, en el que lo importante no es el destino, sino disfrutar cada momento del recorrido.
Está práctica, basada en una filosofía de vida oriental con más de 4.000 años de antigüedad, a diferencia de lo que muchos piensan no es una guía de posturas al estilo Kamasutra para retardar la eyaculación. Es cierto que el hombre debe aprender a controlar el orgasmo, pero su fin no es “aguantar más”, sino que éste no domine la escena sexual.
Para conseguirlo, el hombre debe conocerse a sí mismo (masturbación mediante) y saber cuál es su punto de no retorno, practicar los ejercicios de Kegel para fortalecer los músculos pubocoxígeos y dominar la respiración. Aunque necesaria para el sexo tántrico, ésta no es la base sobre la que se sustenta.