Deportes como el judo, boxeo o kick boxing reclutan luchadores entrenados y bien alimentados. Con una envergadura aplastante, muy libre de grasa y un alto porcentaje de masa muscular, cada competidor antes del combate lucha en ocasiones contra sí mismo, contra su propio peso.
[pullquote]Con las reservas de glucógeno agotadas, el cuerpo obtiene energía de la destrucción muscular[/pullquote]Por el afán de entrar en categorías de peso inferiores a las suyas y beneficiarse así de las ventajas que conlleva tener una mayor envergadura, los deportistas analizan al milímetro su peso y controlan extremadamente las calorías ingeridas para adelgazar lo necesario y poder entrar en la categoría planeada.
Para ello, son capaces de restringir en absoluto las comidas y las bebidas, incluso llegando a entrenar en ayunas. Y aquí emerge el problema. Con las reservas de glucógeno agotadas, el cuerpo obtiene energía de la destrucción muscular.
A través de los aminoácidos, el hígado crea una especie falsa de glucosa, los cuerpos cetónicos, y sólo así es posible alimentar al cuerpo y al cerebro sin la alimentación requerida. A base de ir rompiendo y destruyendo nuestra musculatura vamos sobreviviendo y como consecuencia adelgazamos.