«Yo prefiero que estén calladitos, la verdad. Que se concentren en lo que tienen que hacer y no en lo que decir«, dijo otra de mis compañeras. «Una vez estuve saliendo con un chico que me hablaba dirty en todas partes. Ya podíamos estar cenando, en el cine o en un bar hablando del tiempo, que se le ponía la cara de salido y empezaba de repente a decirme todo lo que me haría», nos contó una de las jefas.
Entonces saltó Roberto: «Pues a mí no hay nada que me ponga más cachondo que una tía susurrándome cerdadas al oído», dijo súper convencido. Creo que Roberto es el tío más explícito que conozco, cada lunes nos contaba con pelos y señales cómo había sido su polvo con la chica de turno. «De hecho, suelo pedirles que me cuenten qué quieren que les haga», añadió.
Casi todos los hombres afirmaron estar de acuerdo. Fran fue uno de los que no, estaba casado desde hacía años y decía que imaginarse a su mujer hablándole de esa manera no le producía otra cosa que risa. Me acordé entonces de un chico con el que me había acostado un par de veces. Se molestó muchísimo porque, cuando intentaba decirme algo subido de tono, a mí me daba la risa. El pobre, con toda su buena intención, en vez de resultar erótico rozaba lo ridículo.