“Pegar un braguetazo”. Eso contesta María, una de mis compañeras de trabajo, cuando le preguntan cuál es el sueño de su vida. “Yo lo que quiero es tener chófer, una Visa Oro y que me lleven en yate. Pero sin tener que pegar un palo al agua”, suele decir. Todos nos reímos de ella porque, cada vez que rompe con un tío, jura y perjura que no volverá a salir nunca más con uno que no tenga dinero. Antes de que hayan pasado dos meses ya nos está presentando al nini de rigor. Le pierden los bohemios.
[pullquote]Ya tenemos asumido que los millonarios son para ‘celebrities’ y ‘top models’, pero eso no significa que no queramos un príncipe azul en nuestras vidas[/pullquote]
María se pone negra cada vez que Elena, otra de nuestras compis, habla de su nueva vida de casada. Elena conoció hace un par de años al que ahora es su marido, un empresario de éxito con casa en Ibiza y un señor cochazo. Lo conocimos en su boda hiperglamourosa, enfundado en un exquisito esmoquin de Tom Ford que costaba mi sueldo de tres meses (y el de Elena). Era esa clase de hombre que crees que solo existe en las películas y, de hecho, su historia de amor con mi amiga era digna de un cuento de Disney.