Pronto los medios de comunicación empezaron a hablar de la metrosexualidad. En un principio se recibió con cierto escepticismo entre la sociedad, pero la publicidad y las campañas de marketing de grandes marcas se encargaron de vender este nuevo perfil masculino con un éxito arrollador.
Las mujeres se interesaban cada vez más por este tipo de hombre. Y ahí está la clave. Qué mejor signo de masculinidad que atraer a las mujeres. Si para ello tengo que ponerme cremas, depilarme e interesarme por las últimas tendencias, pues adelante.
Solarium, depilación, corte de pelo perfecto, cremas hidratantes, antiojeras e incluso retoques estéticos si es necesario. Y en moda, siempre a la última: el sector masculino también caía en eso del fashion victim.
En unos años muchos hombres pasaron de avergonzarse por usar cremas a prácticamente avergonzarse por no usarlas. Las nuevas generaciones, los jóvenes de la época, ya crecían con esta idea, por lo que la metrosexualidad tenía un gran terreno ganado.
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Hoy en día la imagen es cosas de todos, aunque aún quedan renegados que se niegan a aceptarlo. O por lo menos eso quieren aparentar. No obstante, nada es eterno. En esta última etapa puede dar la sensación de que la metrosexualidad está en la cuerda floja y que el perfil masculino está cambiando hacía otro tipo de estética. Personalmente yo lo llamaría evolución. Pero aquí hay debate.