Muy dignamente nos metimos en el baño a llorar. Hay ciertas cosas que no se le pueden decir a una mujer, y que se está haciendo vieja es una de ellas. Si a eso le sumas la barra libre de rigor de toda boda, el resultado no puede ser bueno. «¿Se me está pasando el arroz?», le iba preguntando mi amiga Sara entre sollozos a todo el que se le acercaba. Julia, la otra, empezó a buscar desesperadamente desde su iPhone clínicas de Inseminación Artificial. «Ya lo he decidido, voy a ser madre soltera», iba diciendo orgullosa.
Decidí volver a por los primos buenorros de la novia y los convencí para que fueran a por ellas. Sabía que, por mucho que ya seamos treintañeras, que nuestros amigos se estén empezando a casar y que las cenas de grupo van a empezar en breves a llenarse de niños, nuestros 30 son los 20 de nuestras madres. Y nada mejor para sentirse joven que una noche de sexo con un yogurín. A la mañana siguiente, ninguna se acordaba ya de su repentino instinto maternal…