Supongo que os acordaréis de mis otras dos amigas solteras, las de la teoría aquella de que a los hombres les gustan las sosas. Nos presentamos las tres a la boda sin pareja (inocentes de nosotras) sin saber lo que nos esperaba. Si lo llegamos a saber, contratamos a un acompañante de eventos que diera el pego…
El caso es que nos lo estábamos pasando estupendamente, incluso habíamos conseguido ligar con los primos buenorros de la novia, a los que sacábamos cinco años. Todo cambió cuando salimos fuera del restaurante a fumar. Nos pillaron por banda las madres marujas de mis amigos y aquello acabó como el rosario de la aurora.
«Así que habéis venido solas, ¿no?», «ya os hemos visto por ahí zorreando», «¿cuántos años vais a cumplir ya?», «¿no os dais cuenta de que se os está pasando el arroz?», «¿es que no queréis tener hijos?», «¿no seréis lesbianas?». Cada pregunta que nos hacían era más bizarra que la anterior, y nuestras ganas de matarlas a todas iban aumentando exponencialmente, pero tampoco era plan de ponernos a faltar…