“Del director de Gladiator” reza la publicidad de la película, tanto en su cartel como en los trailers, y parte de esa épica es la que parece haber querido recuperar el director Ridley Scott, para su nueva cinta. Quien fuera firmante de dos obras de culto como Alien y Blade Runner, nos entrega un film que parece la suma de dos largometrajes diferentes.
Por una parte, tenemos un relato con batallas ambientado en Egipto con toda la grandilocuencia y espectacularidad de un blockbuster y por otra, un relato pausado e intimista, donde un hombre descubre quien es, cual es su lugar en el mundo, su fe y su destino.
Lo que ocurre es que el guión es irregular y arrítmico. El equilibrio entre las dos vertientes que la cinta pretende abordar es desigual y la historia tiene muchos altibajos. Hay algunos tramos donde todo fluye y tus sentidos son desbordados ante las magnificas imágenes de las que somos testigos (el tramo de las plagas) y otros donde te puede el tedio y el desinterés de lo mal resultas y plasmadas que están en pantalla (cada aparición del niño “Dios” con el que Moisés conversa).