Dos culturas y dos generaciones tan distintas podrían haber dado más juego entre ambos, ya que su ‘amistad’ es bastante previsible. Sin embargo, la atención no está tanto en el choque de culturas o la desigualdad social, sino en el sentimiento de soledad y la necesidad de compañía que despierta en ellos la inmensidad del mar, dejándoles sólo con su humanidad.
Lo más destacable de este fantástico viaje es que refleja con éxito los diferentes obstáculos de esta carrera en el mar y el duro esfuerzo al que se someten los navegantes en este tipo de competiciones. Las escenas grabadas en situaciones extremas nos brindan una perspectiva impresionante.
Por supuesto, la trayectoria de Offenstein como director de fotografía en anteriores películas prometía un espectáculo para la vista. Y no defrauda en eso. El océano hipnotiza, caprichoso, poderoso y bello. Tanto, que el escenario se vuelve un personaje más y con su esplendor, nos recuerda una de las frases que repiten en la película “No sólo la victoria es bella”.