Resulta muy curioso que un cineasta de 70 años como es George Miller, el cual hace tiempo parecía que no tuviese mucho más que aportar para los grandes estudios, tenga que venir a enseñarnos lo que debe ser el cine espectáculo, trayendo de vuelta su universo más celebrado y famoso, el de Mad Max
Lo hace recuperando un mundo fácilmente reconocible por el que parece que no ha pasado el tiempo y al mismo tiempo actualizándolo y expandiéndolo, valiéndose de los medios que dispone hoy día la industria del cine.
Miller, es un niño con juguetes nuevos, que los usa para regalarnos cine en estado puro y algunos planos —ninguno gratuito— que permanecerán en la memoria colectiva durante mucho tiempo
Con una paleta de colores saturada merced a una fotografía impecable, el director nos trae de vuelta a ese futuro deprimente, loco, donde por imposible que parezca aún hay sitio para la paz y la esperanza