Ahora, tres años después, nos llega la inevitable secuela que traslada la acción unas cuantas épocas después (40 años para ser exactos) y en un marco tan visitado en el cine como es la Segunda Guerra Mundial.
Para la ocasión han contado con un director con larga experiencia en la pequeña pantalla como es Tom Harper, y en los papeles principales tenemos a Phoebe Fox (vista en series como Black Mirror) y el protagonista de Caballo de batalla, Jeremy Irvine.
Y a diferencia de la primera entrega, que a pesar de lo convencional de su propuesta, sabía sacar partido, debido a una acertada atmosfera y a un Radcliffe ansioso por dejar atrás al niño mago que agarraba el personaje con la suficiente convicción; en esta secuela, todo es más rutinario y con esa falta de brillo y de toque diferenciador que aportaba Watkins en la dirección.
Hay muchos lugares comunes a otras cintas de terror y demasiado recurrentes. Niños, terrores nocturnos, fantasmas presos por un pasado maldito… y si a esto le añadimos que el espectador aficionado a este género siempre irá dos pasos por delante del guión, debido a lo predecible de este, la verdad es que el resultado no se presenta demasiado atractivo.