Cuando la saga empezó a dar síntomas de agotamiento, supo ir dejando atrás las competiciones callejeras, para tornarse primero en una especie de reboot de la franquicia al reunir a los principales protagonistas de las distintas entregas, luego pasar al cine de robos de bancos y finalmente en una suerte de películas de espías/agentes especiales que en nada tiene que envidiar a, por ejemplo, la saga Misión Imposible.
Todo esto sin dejar de mostrar en pantalla esos bólidos de ensueño, chicas de infarto y acción desenfrenada.
Este cambio llegó con Justin Lin, que se hizo cargo desde la tercera entrega, Tokio Race, hasta la sexta. Pero ante la presión de Universal para tener lista la séptima película lo antes posible, el director decidió ceder su silla, y esta tarea fue a parar a manos de James Wan, firmante de títulos adscritos al terror como Saw, Insidious o Expediente Warren, pero también del infravalorado thriller Sentencia de muerte.
