Así llegó el año 2011 y Brooker (a través de la productora Zeppotron, de la cual es director creativo) creó una nueva serie que, sin querer desmerecer lo que significó Dead Set, supuso unos cuantos pasos adelante en su discurso, centrándose esta vez sí en cómo la tecnología y sus derivados (redes sociales, nubes de almacenamiento de información) afectan a unos seres humanos que tendemos a usarla de forma frívola y que ni siquiera estamos preparados para la velocidad a la que avanza.
Hablamos, como no, de Black Mirror (Channel 4, Cuatro en España), título que hace referencia a las omnipresentes pantallas de los diferentes dispositivos que inundan nuestra vida, esos espejos negros en los que, irónicamente, en vez de vernos acabamos perdiéndonos y perdiendo de vista todo lo que nos rodea.
Las historias que se explican en la serie (en capítulos auto conclusivos) intentan abarcar todos los aspectos de la relación entre las personas y la tecnología de uso diario que, teóricamente, está diseñada para facilitarnos la vida pero que en la práctica, a veces por nuestra culpa al darle un mal uso, a veces porque al diseñarla no se tuvieron en cuenta todas las variables, acaban por girarse en nuestra contra y convirtiendo la normalidad en un infierno.